El uso del óleo se conoce desde la Antigüedad y estaba ya
extendido entre los artistas de la Edad Media, aunque de modo minoritario
ya que en esa época predominaba la pintura al temple o
al fresco. A fines del siglo XIV y durante el siglo XV, se
comenzó a generalizar el uso del óleo en detrimento de otras técnicas, ya que
permitía un secado más lento de la pintura, correcciones en la ejecución de la
misma y una excelente estabilidad y conservación del color. Fueron los pintores
de Flandes los primeros en usar el óleo de forma habitual, y se
atribuye, erróneamente, su invención al pintor Jan van Eyck.
El
aceite que más se empleaba era el de linaza, pero no era el único y cada
artista tenía su propia fórmula que se solía guardar en secreto. Normalmente se
emplea la esencia de trementina como disolvente, para conseguir
una pincelada más fluida o más empastada, según el caso. Muchos siguieron los
consejos y experiencias escritos en el Tratado del monje Teófilo que
ya se conoce y se menciona en el año 1100. Cennino Cennini, en su Libro
del arte, también menciona y describe la técnica.
La
preparación del soporte para recibir la pintura varía según la naturaleza del
mismo. Normalmente se suelen aplicar una serie de capas de cola animal
y yeso, que consiguen que la superficie quede lisa y uniforme; esto se
denomina imprimación. Si bien en un primer momento la mayoría de los óleos
eran sobre soporte de madera, a partir del siglo XVII con el arte Barroco los
pintores eligieron como soporte favorito de sus pinturas el lienzo, siendo este
más práctico para la elaboración de grandes composiciones por su posibilidad de
enrollarse, además de sufrir menos las variaciones térmicas y el ataque de
insectos xilófagos.
La
pintura obtenida con la mezcla de aceites ofrecía muchas ventajas al pintor,
entre otras, el poder realizar su obra lentamente y sin prisas (lo contrario a
lo que ocurría en la pintura al temple, o al fresco), el poder retocar la obra,
variar la composición, los colores, etc. Precisamente por estas cualidades fue
la técnica favorita de pintores como Leonardo da
Vinci, Tiziano o Velázquez, quienes valoraban una ejecución
meditada y sujeta a correcciones continuas. Leonardo experimentó diversas
variaciones de la técnica, como su aplicación sobre muros a modo de fresco, o
la invención de barnices y texturas oleosas de diversa consistencia, que se
saldaron con rotundos fracasos, pero asimismo llevó esta técnica a nuevas cimas
con la invención del sfumato o gradación suave de la luz,
conseguida a base de sucesivas capas de pintura muy ligeras (veladura).
Van
Eyck, como los demás pintores flamencos, utilizaba el óleo a modo
de miniaturista, procurando captar los detalles y dando como resultado una
pintura esmaltada; la escuela pictórica veneciana (Tiziano) aportará como
novedad las posibilidades de textura de las pinceladas, experiencias que
recogerán posteriormente, entre otros, el flamenco Rubens y el
holandés Rembrandt; este último ensayó técnicas nuevas como el raspado.
Todas estas formas de pintar fueron el método académico hasta el siglo XVIII. A
partir del Impresionismo, los pintores usan los colores prácticamente sin
mezclar ni diluir, y sin boceto o diseño previo en muchas ocasiones.
El
equipo que usan los pintores se compone normalmente
de pinceles (cerdas de animales, especialmente marta;
también de pelo sintético), de diferentes tamaños y formas, espátula, caballete
y paleta. Se puede trabajar sobre un boceto previo, o bien sin él,
técnica más libre denominada alla prima.
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